Nos despedimos con tristeza de Levanto, verdaderamente un lugar para quedarse y enfilamos autopista para terminar de ver pueblos ligures: Rapallo, Santa Margherita Ligure y Portofino. En Rapallo vivíeron mis tíos abuelos: Lina y Eugenio Casale. Rapallo y Santa Margherita Ligure son ciudades bastante populosas. Las propias ciudades balnearios europeas, así como se ve en las películas, con lujosos hoteles y casinos... El más pintoresco de estos sitios es Portofino. También el más exclusivo y carísimo. Italia es más costosa que España. Para llegar a Portofino, hay que aventurarse por una carretera superestrecha (creo que la han mantenido así a propósito) que bordea entre el filo de la montaña y el mar. Pasa un solo vehículo, así que el suspenso es parte del recorrido para llegar al paraíso...
Portofino es una preciosa ensenada rodeada de una espesa y florida vegetación. Esencialmente es una aldea de pescadores, asaltada por el jet-set internacional. Aparte de tener unas impresionantes mansiones en la montaña (el pueblo está abajo), fue y sigue siendo atracadero de lujosos yates... A Portofino fueron a parar: el escritor Maupassant que llego en su velero “Bell ami”, Orson Wells, Ava Gardner y otras luminarias hollywoodenses tal como consta en el castillo-museo que se explota al efecto… El día que estuvimos se realizó una regata y había festejos. Dejamos Liguria y partimos a Toscana por la Strada del sole. En el recorrido hicimos toque técnico en Pisa -donde nació Galileo- para no perdernos la consabida torre. Allí el asunto fue muy puntual; visitamos la zona histórica amurallada, tomamos las fotos de rigor antes que la susodicha termine de caerse, almorzamos y seguimos camino para llegar ese mismo día.
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